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A ser hombre, como a ser mujer, también se aprende y, una vez más los primeros años son decisivos.

En nuestra cultura, reservamos el rosado para las niñas y el azul para los niños. ¿Cuál suele ser la reacción ante una niña recién nacida? Se dice que es preciosa y delicada. Un niño reclama otros adjetivos… es fuerte, vigoroso, grande.

Las cámaras ocultas y las cintas de video no mienten. No jugamos de la misma manera con los bebés de ambos sexos. Sin darnos cuenta marcamos diferencias de honda y prolongada repercusión. Nos irritan más los niños llorones que las niñas lloronas. Los niños reciben más castigo físico que las niñas. En definitiva, antes de dar por sentado que las mujeres son así y los hombres asá por naturaleza, es imprescindible estudiar el útero cultural. Veamos un ejemplo.

En nuestro ámbito cultural se ha dado por supuesto que las mujeres están peor dotadas que los hombres para las matemáticas. Se apela a la naturaleza femenina… ¿Qué hay de cierto?

Como ha subrayado el antropólogo norteamericano Marvin Harris, la verdad es que los niños y niñas empatan en cuanto a talento matemático se refiere. Luego, con la llegada de la adolescencia, las chicas tienden a perder terreno…Dejemos a la naturaleza en paz: muchos padres y profesores atesoran aún la creencia que las matemáticas, como el fútbol, son cosa de hombres… o de marimachos. Como consecuencia, muchas chicas se alejan de los números y de la pelota.

Si nuestra evolución biológica es lenta –de hecho, se necesitarían mil años o cincuenta generaciones para que se pueda detectar un cambio significativo-, la cultura puede transformarse a gran velocidad. Corre como una liebre… un gran cambio cultural se puede producir en pocos años.

Cuando los dominios antaño reservados a la parte masculina de la humanidad empezaron a ser transitados por las mujeres, los estereotipos no resistieron la prueba.

Nadie discute que el hombre es más fuerte que la mujer –más musculoso- y que ha sacado a lo largo de la historia muchísimo partido de esta ventaja natural, así como del hecho no menos relevante y natural, de verse libres de las exigencias de la maternidad.

Pero ya no vivimos en la Edad Media. La fuerza bruta cuenta cada vez menos y, gracias a los métodos anticonceptivos, la mujer se encuentra en una situación completamente nueva. De hecho, muchos padres han comprendido a tiempo, pese a quien pese, que vale la pena gastar tanto dinero en la educación de una hija como en la de un hijo. Y los resultados comienzan a llamar la atención.

En Estados Unidos, las mujeres ocupan ya el 43% de los cargos ejecutivos, y esto sería inconcebible si fueran tan inestables como algunos imaginan. En Chile nos encontramos con un panorama distinto: sólo el 1% de las mujeres puede presumir de un puesto importante. Ahora bien, no hemos llegado al último capítulo.

Las cosas siguen cambiando, y muy rápido. Un sesudo estudio de Jaime Funes (español) demuestra que hoy, en nuestro país, el escolar perfecto es una niña. Si lo tenemos en cuenta, nada nos puede extrañar que el número de mujeres en las carreras técnicas se haya duplicado en la última década.

Este fenómeno no habría sorprendido en absoluto a Christine de Pizan, la poetiza francesa. Hace quinientos años escribió: “Si fuera costumbre enviar a las hijas a la escuela, como a los hijos, y se les enseñara ciencias naturales, ellas aprenderían y comprenderían las sutilezas de las artes y las ciencias tan cumplidamente como ellos.” Tenía razón.

Un pensamiento en “La inteligencia no tiene sexo

  1. La gente brillante existe independiente del género o la raza. Si hubiese diferencia, ¿por qué un género hubiese necesitado una supuesta inteligencia mayor para ser más exitoso? Ahora, IMHO, creo que como personas, somos una mezcla de cuerpo, inteligencia, afectos y aunque a muchos les rechinen los dientes, espíritu. Y estoy seguro que químicamente tenemos diferencias – las hormonas – que afectan nuestros afectos de corto plazo, las emociones, que muchas veces nublan la razón. Entonces dependiendo del contexto, podemos tener comporamientos menos racionales, como en una cancha de fútbol, o por el otro lado, 1 vez al mes (y si me equivoqué corrígeme, porque yo no lo he vivido). Si las personas recordaran sus primeros años en el colegio, cuando las diferencias de género eran mínimas, recordarían que las buenas notas tenían más que ver con talento innato y/o esfuerzo. ¿Te imaginas como sería el mundo si desde chicos los primeros del curso en matemáticas hubiesen sido todos los hombres y, chupa hubiese quedado el bloque de mujeres? Y ahora, como adultos, también tenemos todo como para comprobar que las diferencias son otras. Por ejemplo, los que preferimos parejas, socios o amistades inteligentes, independiente si somos hombres o mujeres, tenemos claro que la oferta es escasa en ambos lados. Y puchas que es rico cuando te encuentras con esas personas que transmiten en frecuencias parecidas a la tuya, porque, independiente del sustrato físico, te conecta.

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